Los cometas son cápsulas del tiempo que contienen material primigenio de la época en que se formaron el Sol y sus planetas. Pero, antes de que los científicos planearan la misión Rosetta, solo un puñado de naves espaciales habían observado uno de cerca durante un breve periodo de tiempo, por no hablar de llevar la ciencia espacial hasta sus límites intentando seguir a un cometa e incluso aterrizar en uno.
Hace 20 años, el 2 de marzo de 2004, la misión Rosetta de la Agencia Espacial Europea despegó en un Ariane 5 desde la Guayana Francesa para realizar un viaje de 7.900 millones de kilómetros con el fin de encontrarse con el cometa 67P Churyumov-Gerasimenko y enviar su diminuto módulo de aterrizaje Philae a la superficie.
Durante su viaje de 10 años, Rosetta, realizó una serie de maniobras orbitales utilizando la atracción gravitatoria de la Tierra y Marte como honda para acelerar y alcanzar los 55.000 km/h (¡más de 15 km por segundo!) que necesitaba para alcanzar a 67P. Viajar a esta velocidad y tratar de encontrarse con el cometa, de sólo 4 km de ancho, fue descrito como una mosca tratando de aterrizar en una bala a toda velocidad. De hecho, Rosetta alcanzó los 123.000 km/h cuando seguía al cometa en el punto más cercano al Sol.
En julio de 2011, Rosetta entró en hibernación para su frío y solitario viaje en pos de 67P. Se mantuvo con vida calentándola con el equivalente a seis bombillas para evitar que se congelara el combustible. Afortunadamente, en enero de 2014 la nave fue despertada por cuatro despertadores internos preprogramados y comenzó su difícil aproximación final a 67P. El 6 de agosto de 2014, sus propulsores situaron la nave en una órbita a tan solo 100 km por encima del cometa e igualaron su velocidad a través del Espacio.
Entonces, Rosetta comenzó su trabajo, midiendo todos los parámetros del cometa, y escaneando y cartografiando la superficie de este cuerpo desconocido, para encontrar un lugar donde aterrizar en él.
Todo el mundo recuerda el diminuto módulo de aterrizaje Philae rebotando sobre la superficie del cometa, pero éste fue sólo uno de los logros y descubrimientos de Rosetta. Equipada con 11 instrumentos, Rosetta consiguió realizar mediciones asombrosas del cometa cuando estaba inactivo y luego lo estudió cuando se acercó al Sol y se volvió activo. Y, lo que es más importante, también vio lo que ocurría cuando se alejaba de nuestra estrella y volvía a calmarse.
En su viaje, Rosetta tuvo que sobrevivir al calor abrasador del Sol desde la distancia de Venus, así como a temperaturas de hasta 270 °C bajo cero en el Espacio profundo desde la distancia de Júpiter, todo ello mientras se aseguraba de que su combustible no se congelaba.
El módulo de aterrizaje Philae se posó por primera vez en un cometa y llevó a cabo con éxito la mayor parte de su misión, enviando datos científicos a Rosetta para su posterior transmisión a la Tierra. Lamentablemente, su lugar de descanso final era demasiado sombrío para mantener sus baterías cargadas, por lo que tras 55 horas entró en hibernación.
Increíblemente, más de seis meses después de permanecer en silencio en su sombrío lugar de aterrizaje, Philae volvió a la vida el 14 de junio de 2015 e hizo ping a Rosetta. Y empezó a enviar más datos únicos y valiosísimos. Fue a principios de septiembre de 2016, hacia el final de la trascendental misión, cuando la primera imagen reveló dónde había acabado Philae, encajado en una oscura grieta que fue bautizada como Abydos.
Finalmente, el 30 de septiembre, Rosetta recibió la orden de realizar un descenso controlado sobre la superficie del cometa, pero a diferencia de otras misiones de exploración, en las que se producen impactos a gran velocidad, el aterrizaje de Rosetta se realizó a una tranquila velocidad de 2 km/h.